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Mira

26, abril 2015 - 10:46

┃ María Vega

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SONNY Liston no hablaba individualmente con periodistas blancos. El año 1900 el gobernador del estado de Nueva York, Theodore Roosevelt, el del ‘Big Stick’ que los estadounidenses no olvidarán jamás -y que había sido pugilista-, prohibió el boxeo. Henry Armstrong después de haber sido boxeador se hizo cura. Otro que se hizo sacerdote después de boxear fue Bendigo, en Inglaterra, hace tantos años que fue cuando la batalla de El Álamo. El gitano británico Jem Mace, que peleó hasta los 67 años de edad, era además un eximio concertista de violín. Harold Green se dejó caer frente a Rocky Graziano en 1945 y reconoció que la pelea había estado arreglada… 45 años después. A Stanley Ketchel lo mató de un escopetazo un marido celoso, pero cuando su hermano supo la noticia dijo “no es cierto, empiecen a contar y antes de ocho se levanta”. En 1962 la cadena ABC de Estados Unidos registró mayor rating en la repetición de la pelea entre Emile Griffith y Benny Kid Paret que en la pelea misma, ya sabiendo el público que este último había sido golpeado hasta la muerte. El resultado de una pelea entre Joe Giardello y Billy Graham, en 1952, fue decidido tres meses más tarde por la Corte Suprema de Justicia del Estado de Nueva York.
El boxeo ha sido siempre un torbellino, anecdotario fértil, ubérrimo. Un mundo aparte.

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Y ahora, esta pelea.
Doce hombres han caminado sobre la luna, pero no hay un hombre que haya vencido a Floyd Mayweather.
Manny Pacquiao no pelea en Filipinas, su país, desde 2006. De sus sesenta y cuatro peleas ha hecho once en el hotel MGM de Las Vegas, escenario del 2 de mayo. El dinero del boxeo está en los Estados Unidos, donde una maquinaria televisiva alucinante lo genera desde, hacia y para todo el mundo. Hoy Manny Pacquiao, como antes Julio César Chávez y Juan Manuel Márquez, como Lennox Lewis y Gennady Golovkin, como el Chino Maidana y Lucas Matthysse, como todos los grandes de este deporte, no tiene más remedio que aceptar las reglas del juego, las reglas que dictan los gringos.
Manny Pacquiao ha participado en treinta peleas titulares de las cuales sólo dos fueron en Filipinas. Floyd Mayweather ha sostenido veintisiete peleas de campeonato, todas en los Estados Unidos.
Floyd Mayweather goza de los privilegios de ser local, no sólo en lo económico, también en lo deportivo. En las pistas y en el ring, en la cancha y en los estadios, en asuntos deportivos el local gana más que el visitante, desde siempre. La pelea será en el país de Floyd, en su ciudad, en su hotel, en su ring, en su mundo. Sus últimas diez peleas han sido en el MGM. Los jueces serán estadounidenses, aunque sea inmoral. Mayweather ganará más dinero, porque es ciudadano de los Estados Unidos. Algunos tres millones de hogares, o más, en su país, pagarán cien dólares por ver la pelea; en Filipinas la recaudación será infinitamente menor.
Hoy, días antes de la cita a doce rounds, en el hotel de Floyd, lugar del duelo, las imponentes fotos que cuelgan en las paredes interminables, todas, son fotos de él, doquier se mire. A Pacquiao no se lo menciona. El filipino no existe. Como si Mayweather fuera a pelearse con el viento.
Manny Pacquiao aceptó todo, hasta el ridículo, para que la pelea se haga. Como Sócrates, que no se rebela ni siquiera después de decir ‘están condenando a un inocente’, y bebe la cicuta.
La televisión filipina desembolsará diez millones de dólares por derechos para transmitir, y cobrará 55 dólares al reducido mercado de ‘pagar por ver’ que la recibirá en vivo a las 2 de la tarde del domingo. Los demás, la mayoría, verá la acción con treinta minutos de retraso. La TV de los Estados Unidos recaudará 300, quizá 400 millones en el ‘pay per view’.
Jamás un juez filipino calificó una pelea de Floyd Mayweather, mientras a Manny Pacquiao sólo estadounidenses lo juzgan.
¿Por qué sucede en el boxeo? Nadie concibe una final del campeonato mundial de futbol con un árbitro de la misma nacionalidad de uno de los equipos. La asignación se hace a un neutral, como corresponde. Neutral es el que juzga sin compromiso. Si usted se va a recibir de abogado el examen final no lo rinde ante su papá, aunque sea catedrático.
La influencia que tiene Mayweather en la ciudad de Las Vegas no la ha tenido nunca nadie, ni siquiera Frank Sinatra cuando era ‘la voz’, cuando era todopoderoso y el mundo yacía a sus pies embelesado. Cuando Floyd Mayweather debía ir a la cárcel por violencia familiar, su ingreso a prisión se pospuso para permitirle pelear con Miguel Ángel Cotto y ganar algunos millones de dólares. En un mismo momento la opinión pública crucificaba y defenestraba por siempre a Ray Rice (el energúmeno futbolista que golpeó y pateó a su novia inconsciente en un elevador), y la ciudad de Las Vegas empapelaba todos sus espectaculares con fotos de Floyd, el gran Negro, el estandarte, el souvenir de la casa, acusado en esos días del mismo delito, felonía y violencia contra su esposa.
Los aficionados pensantes asisten azorados a esta revelación: Mayweather va a ganar en esta sola pelea treinta y tres veces lo que ganó Joe Louis en toda su vida en el ring, durante 17 años y con 25 defensas de su título de peso completo. Mayweather va a cobrar en una noche dos mil veces lo que cobró Rocky Marciano contra Jersey Joe Walcott cuando pelearon por primera vez en 1952. Va a a ganar, en un cálculo conservador, cincuenta y cuatro veces el salario de Muhammad Alí contra Joe Frazier en 1971.
Dicho de otro modo, a un trabajador mexicano de salario mínimo le tomaría ciento sesenta mil años reunir la paga de Floyd el 2 de mayo.

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Las cifras son obscenas si recordamos que la mitad de la población del mundo sobrevive con dos dólares por día, o menos, o mucho menos. Si la pelea se va a los doce rounds Floyd Mayweather va a ganar cuatro millones de dólares por minuto, sesenta y siete mil dólares por segundo. Si se acaba antes, por minuto y por segundo va a cobrar más, gane o pierda.
Floyd Mayweather es un acabado exponente del capitalismo salvaje. Manny Pacquiao es un monje de acendrada introspección y arraigada fe religiosa. Pacquiao le reza a Dios, Mayweather le reza al dólar.
En esta pelea el jurado debería ser la Santísima Trinidad, para que creamos en sanas intenciones. Que los jueces sean estadounidenses es un atropello, una locura, una profanación de la honestidad, ludibrio sin vergüenza y sin pudor. Una demostración de que el boxeo sobrevive a los saltos, porque la comisión reguladora más importante del mundo no es capaz de ejercitar un principio elemental de justicia, el de neutralidad. Pero a Nevada no le importa, y en Las Vegas Nevada ordena. O te rindes a sus reglas o te jodes. Ellos te hacen el favor. El tercer mundo no paga y ellos sí. El que paga manda. El tercer mundo no existe para los señores del dinero.
La frase aquella, “el que sabe cómo siempre tendrá trabajo, y el que sabe por qué es el jefe del que sabe cómo”.
El mundo es injusto, siempre lo ha sido. A Winston Churchill y a Mario Vargas Llosa les dieron el premio Nobel de literatura sin que lo merecieran. A Henry Kissinger le dieron el de la paz, imagínense.
Imagínense si la pelea fuera en Manila. Quiero saber cuántos de ustedes, lectores, creen que Mayweather la aceptaría con un réferi y tres jueces filipinos.
En la pelea Manny Pacquiao tendrá un poco de libertad para hacer justicia y poner todo en su lugar, si gana, si noquea, si destruye a Mayweather y sus privilegios. Sí, a eso está acotada su posibilidad de ganar. Como en el Coliseo Romano, si el reo se comía al león podía quedar liberado. Los comisionados de Nevada son bondadosos y no le amarrarán los brazos a Manny, ni le pondrán una venda en los ojos, ni le dispararán una bala a la cabeza. Como podemos ver ¡prevalecen condiciones irreprochables! Un combate que muy probablemente se irá a la decisión, tendrá al filipino por segura víctima. ¿Segura? Yo creo que sí. Si Pacquiao gana siete rounds, no le darán la victoria por dos puntos.
Lo dijo Abraham Lincoln hace 170 años: “todos los hombres nacen iguales, y es la última vez que lo son”. Los comisionados veguenses querrán observar y obedecer, quizá, la reflexión del primer presidente republicano.
Estos son mis presupuestos, mis temores, mis fantasmas, mis prejuicios. Yo no los inventé, los ha creado la historia de robo y pillaje, de latrocinio y desvergüenzas que hemos visto en Las Vegas. Robaron a Juan Manuel Márquez contra Manny Pacquiao y a Manny Pacquiao contra Tim Bradley, por citar dos ejemplos de estafas recientes. Detrás, la historia de saqueos es larga y es negra, es una infamia. Su sentido de justicia es un reloj de sol que opera en la sombra.

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Los hombres, los seres humanos, no son mejores fuera de Nevada o de los Estados Unidos. Son hombres, que no es gran cosa, en todas partes, pero las peleas ciclópeas se hacen en Las Vegas.
Los jueces –no sólo de Las Vegas, de todos lados– votan por sus compatriotas, y mientras no dejen de hacerlo cargarán esa mancha. Era 1980 cuando en Las Vegas pelearon Alan Minter, de Inglaterra, y el local Vito Antuofermo. El juez inglés Roland Dakin falló 149 a 137 para su connacional (12 puntos); Charles Minker, de Estados Unidos, anotó 144 a 141, también para Minter (3 puntos). No vieron la misma pelea.
En 1977, en Santander, España, el local Cecilio Lastra defendió su título mundial pluma con una victoria por decisión en 15 rounds sobre el panameño Rafael El Brujo Ortega. El fallo fue dividido. El juez español Jesús Bermejo anotó 149 a 138 para su paisano, en tanto que Medardo Villalobos, de Panamá, escribió 148 a 143 para su compatriota: 16 puntos de diferencia en las dos tarjetas.
Ojalá que esta cuota de escepticismo, que no es mía solamente, sino de muchos aficionados cansados de lustros de orfandad, sea una innecesaria resignación anticipada por lo que podría suceder, y que al final no suceda nada. Que gane el mejor la porfía, desiderátum de sus vidas.
Yo no digo que Mayweather sólo ganará con trampa. Puede ganar jugando limpio. Tiene pericia y agudeza. Ha enredado todo debajo del ring, en los prolegómenos, pero arriba, en el cuadrado inexorable, no sabemos.
No hay que olvidar que como parte de su defensa fortificada ha incorporado el uso eficiente de su hombro izquierdo en escudo, algo que es francamente inusual en el boxeo, y lo hace funcionar con eficacia. Usted le lanza un derechazo a Floyd y él esconde la barbilla detrás del hombro, se dirige a su derecha y queda en buena posición para contragolpear. Decirlo es fácil, hacerlo sólo él. Corresponderá a Manny Pacquiao crearle un compromiso de pelea al hombre-espectro que navega sobre el ring y flota suspendido en el éter.
Las peleas así, colosales, planetarias, grandilocuentes, cargadas de pólvora en el ambiente y de electricidad en el aire, exceden las estrategias y la adecuación física de los dos ponentes, y aceptan el juego de factores incorporados que son invisibles pero que suben al ring acompañándolos. El interés creado alrededor, genuino o artificial, sobrenada lo anodino que pudieran arrojar los estilos de pelea. La expectación, la patria en vilo, la bandera amenazada, la gloria soñada, el orgullo, la hombría, los millones de gritos que de cerca se escuchan y de lejos se adivinan, la agonía de cada rincón que empuja desde el alma de sus habitantes, la presión psicológica disparada, las gestiones en el cielo de los tantos rezos implorando, los seres queridos que están ahí abajo del cuadrado. Y los que están quién sabe dónde pero existen, el mañana y el ayer, todas sus vidas empeñadas para haber llegado a encender estas luces y catapultar estas pasiones. La locura desenfrenada y contagiosa. La epopeya. Importa ganar y más aún importa no perder. ¿Cómo? ¿Cómo bajar del ring derrotado?
Fin de la primera parte (continuará mañana)

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