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14, agosto 2016 - 21:10

┃ EFE

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Río de Janeiro, 14 ago (EFE).- Por más que se repita la historia cada vez que Usain Bolt interviene en unos grandes campeonatos, el astro jamaicano, en cuyas espaldas reposa la suerte del atletismo actual, no pierde su apetito de victoria.

Bolt es, desde hoy, con su tercer título olímpico de 100 metros, una estrella para el público brasileño de un rango equiparable al de Pelé o Neymar. Se ha ganado el corazón de los brasileños con su predisposición incondicional a posar para cuantos le solicitan una foto, pero también por su insaciable apetito de victorias.

Y sin embargo no siempre fue infalible. La primera experiencia olímpica de Bolt, con 17 años, fue amarga. No deseaba participar en los Juegos de Atenas 2004 pero le convencieron. En las series de 200 metros notó un pinchazo y cruzó la meta andando. La prensa jamaicana se ensañó con él. Blando y cobarde, le llamaron.

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Había tenido problemas físicos en los isquiotibiales y siempre sospechó que no llegaría muy lejos. “Atenas fue una experiencia horrible para mí”, recuerda.

Pasó una breve crisis de confianza, hasta que encontró a Glen Mills, el hombre que hizo del cristobalense Kim Collins, un peso ligero entre los velocistas (1,74 metros, 65 kilos), un campeón del mundo en París 2003.

Mills le encomendó al doctor alemán Muller-Wolhlfahrt, que le detectó una imperceptible cojera y le invitó a trabajar en ejercicios de compensación, además de fortalecer su espalda en el gimnasio.

Bolt, cuya morfología (196 centímetros, 76 kilos) se adapta mejor al 200 que al 100, ha tenido que trabajar a fondo los desequilibrios de su cuerpo para alcanzar la excelencia en el esprint.

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La pierna derecha de Bolt es 1,5 centímetros más corta que la izquierda y eso le ocasiona descompensaciones tanto en los primeros apoyos de la partida como en el impulso. Complicadas con una escoliosis, las tensiones le afectan, sobre todo, a la parte baja de la espalda, donde el jamaicano tiene su verdadero talón de Aquiles.

A base de tablas de ejercicios abdominales y lumbares, Bolt sobrelleva sus molestias en la espalda, que de vez en cuando le obligan a interrumpir los entrenamientos.

Una vez que Bolt recompuso su cuerpo, sus cualidades innatas le otorgaron la supremacía. Si conseguía mover sus largas piernas a la velocidad con que lo hacen otros velocistas más pequeños sería imbatible, especialmente en los 200 metros.

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Desde aquella amarga experiencia de Atenas ha ganado cuantas medallas de oro olímpicas se le han puesto al paso. En campeonatos del mundo, sin embargo, todavía fue vulnerable durante un tiempo.

En los de Helsinki 2005 se lesionó y llegó el último a la meta en la final de 200, y en los de Osaka 2007 sólo le batió el estadounidense Tyson Gay. Estaba a punto de producirse el gran estallido del Relámpago.

En junio del 2008 logró su primer récord mundial de 100 metros en Nueva York (9.72) y a partir de ahí su vida dio un giro espectacular. El joven tímido surgido de las zonas rurales de Jamaica con unas zapatillas viejas en la mano se estaba convirtiendo en un astro del deporte universal.

Los Juegos de Pekín 2008, pensados para impresionar al mundo con las heroicidades de la gran estrella china, el vallista Liu Xiang, vieron la dolorosa caída del gran atleta chino, que no pudo competir, con el tendón de aquiles destrozado, y sirvieron, en cambio, de rampa de lanzamiento al cohete Usain Bolt, ya con hechuras de velocista sólido.

Sus deficiencias físicas le pasan factura de tarde en tarde. Bolt sigue visitando con frecuencia la consulta del médico alemán, el mismo a quien Pep Guardiola despidió del Bayern Múnich tras responsabilizarle de la derrota frente al Oporto en la Champions. Lo visitó antes de los Juegos de Londres, después de su doble derrota frente a Blake en los campeonatos jamaicanos, y ha vuelto a hacerlo antes de Río, después de los problemas que le impidieron competir en los “trials” jamaicanos.

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Bolt llegó a la capital carioca con cuatro tripletes en campeonatos globales y once medallas de oro, dejando escapar una sola -por su culpa, descalificado por salida falsa en la final de 100 del Mundial de Daegu 2011- durante los últimos siete años.

En los Mundiales de Berlín 2009 repitió, paso por paso, la gesta olímpica del 2008: tres oros y otros tantos récords mundiales. Falló el triplete en Daegu 2011 (hubo de conformarse con los títulos de 200 y 4×100), pero reanudó la triple cosecha el año pasado en los de Pekín.

Da igual que llegue a los grandes campeonatos en mejor o peor condición física, con alguna derrota o con una racha inmaculada de victorias. A la hora de la verdad el resultado es el mismo: siempre gana él, a menos que lo descalifiquen, como le sucedió en la final mundialista de Daegu por precipitarse en la salida.

Cuando se aproximaban los Juegos Olímpicos de Londres 2012 las apuestas en 100 metros estaban niveladas entre Bolt y su compañero de entrenamientos Yohan Blake, campeón mundial el año anterior en la carrera de la descalificación de Relámpago, pero en la hora suprema volvió a mostrarse imbatible.

Ahora el pretendiente había cambiado. En lugar del joven Blake el aspirante era un veterano de 33 años, Justin Gatlin, que había resurgido tras cuatro años “a la sombra” por dopaje y estaba consiguiendo las mejores marcas de su vida (9.74 en 100, 19.57 en 200) a una edad ya avanzada para un velocista.

Pero el campeón volvió a vencer por K.O. Bolt no pasó apuros el año pasado en Pekín. Sólo corrió peligro unos segundos después de ganar la final de 200 metros, cuando un cámara que grababa la celebración del jamaicano pegado a él a bordo de un “segway” (vehículo eléctrico de dos ruedas), se fue al suelo y el biciclo embistió al Relámpago a ras de suelo, como si fuera a cargar un fardo con una carretilla. Pudo sufrir un grave percance físico, pero tuvo la suerte de los campeones y salió del trance sin daños colaterales. “Me han querido asesinar”, bromeó ante los periodistas.

Los de Río serán sus últimos Juegos. Lo dijo antes de empezar, en una multitudinaria rueda de prensa que terminó con unos pasos de samba junto a esculturales bailarinas brasileñas. Puro espectáculo, siempre el espectáculo, ante todo.

El atletismo, tan necesitado de héroes, lo echará de menos cuando cuelgue las botas de clavos. Pasará mucho tiempo antes de que aparezca una estrella de su magnitud. EFE

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